Gotas que caen {Xena +18

A Auriana se le daba bastante bien nadar, sí, pero luego de pasar veinte minutos en el gimnasio de la Academia había decidido que los deportes donde una está rodeada de aire no eran lo suyo. Se había esforzado bastante en ese pequeño lapso, probando cuanta máquina veía más por curiosidad que por otra cosa… pero francamente había dado un espectáculo más bien lastimoso. O cómico, a lo mejor. Lo único positivo había sido que al menos ella no había visto a nadie en el gimnasio; probablemente de no creerse la única allí se habría marchado enseguida. Pero bueno, no había pasado.
Principalmente, odiaba esa sensación de tener todo su cuerpo sudando tras hacer ejercicio y su cara ardiendo: eso era algo que en las piscinas nunca llegaba a notar. No solo le fastidiaba, sino que hasta le habría avergonzado que alguien la encontrara así, por lo que significaba un gran alivio el estar relativamente cerca de los baños de la Academia. Salió hacia allí prácticamente corriendo.
Se había desnudado en la habitación vacía y había dejado sus pertenencias y prendas sobre un banco de madera. De su casillero había tomado sus objetos de higiene y su toalla y acabado eso se había dirigido a su ducha.
-Ah… -musitó en cuanto abrió el grifo y el agua tibia tocó su piel: daba igual el que tuviera calor; aún en el más ardiente de los veranos adoraba bañarse con agua hirviendo. La temperatura del agua fue progresivamente aumentando y su piel enrojeció. Después de esos ejercicios horribles eso resultaba muy agradable.

Nunca había oído a ninguna mujer ronronear: quizás no fuera algo tan evidente como los gemidos, pero no dejaban de ser gratificantes. Le gustaba pegarse a su espalda y acorralarla contra la fría pared; era una especie de venganza bastante placentera para ambas pues ella también disfrutaba de sentir sus pechos contra aquella espalda. Pero ni modo, no podía concentrarse demasiado en ese tacto porque tenía cosas que hacer.
Había notado los movimientos de su cadera y eso le dio la suficiente confianza como para atreverse a ejecutar penetraciones más intensas, todo en pos de ese ronroneo tan bonito. Sus dedos quizás no entraban y salían con gran rapidez, pero sí se aseguraba de que llegaran lo suficientemente profundo, rozando las paredes en busca del punto ideal. Su otra mano, mientras tanto, sí ejecutaba movimientos más veloces a cada momento: sus dedos daban rápidas pero continuadas caricias a su botón, estimulándolo más y más.
En cuanto a su boca… de pronto se dijo que ya era suficiente de lamer y volvió a pegar su cuerpo a la espalda con la cicatriz, con su boca en busca de su cuello. Allí la lamió y también la mordió, todo con una sonrisa.

Podía sentir cómo su cuerpo, incluso no sólo su intimidad, se tensaban. Era muy satisfactorio el pensar que estaba logrando eso con su ayuda. Le habría gustado ver su rostro, pero… Dio un respingo de pronto, cuando sintió cómo tocaba su intimidad de nuevo. Extrañamente pensó que eso era algo amable. No pudo continuar mordiendo el cuerpo de la mujer porque estaba demasiado ocupada mordiendo su propio labio inferior para no gemir; cuando se presionaba contra su cuerpo no podía evitar que los roces fueran más intensos. No le desagradaban, al contrario, los adoraba, pero quería concentrarse en su “trabajo” y… de pronto pasó. El cuerpo se relajó tras su punto máximo de tensión con un sonido que le habría gustado oír mucho más alto, pero que no pudo ser. Retiró con cuidado los dedos de su intimidad, húmedos y desde luego que no a causa de la ducha. Con la otra mano abrazaba su cintura, pues no tenía intensiones de alejarse.
– ¿En verdad? No pensé… que quisieras repetir –dijo con su voz entrecortada, pues no podía ser insensible a su toque. Tras mirar sus dedos pensativa, decidió acercar uno a su boca y lamerlo. Sonrió levemente–. Pero si te apetece… -y de nuevo fue interrumpida, aunque ésta vez por los labios ajenos que la besaron, tras girarse Xena. Aquel beso, si bien lo calificaría de apasionado, también le pareció de alguna manera dulce y no pudo evitar el que sus brazos treparan por su espalda hasta llegar a sus hombros y atraerla a sí. Emitió un quejido cuando atrapó su labio, aunque no le pareció una sensación exactamente dolorosa. Esperó a que la liberara para responder–. En realidad preferiría que me lo arrancaras –le respondió, pero luego se apretó contra ella bajando la mirada por unos segundos, al sentir de nuevo sus dedos rozando su entrada. Era placentero a su modo, pero era un modo un poco especial. Alzó va vista de nuevo, con una sonrisa curiosa en sus labios. No dijo nada, que se lo arrancara de la forma que considerara apropiada. Depositó un beso en su mejilla, suave.

La verdad es que no tenía demasiados deseos de responder, no si a cada vez que decía un nombre incorrecto hacía también cosas con su cuerpo. Era cierto, en cierta forma era una tortura y la verdad es que su cuerpo ya estaba más bien cansado, aunque también era cierto que una nunca está del todo cansada para ciertas cosas. Las ocasionales penetraciones la hacían sentir un poco extraña, pero la sensación en sus senos le resultaba de lo más agradable. Habría continuado así sin problemas de no ser por aquella mano que de pronto dejó de hacer lo que hacía y se desplazó más hacia atrás. Su cara enrojeció de repente y su cara puso una expresión más bien cómica.
-Hehehe… -rió nerviosa, a la vez que intentaba apartar aquella mano con la suya propia-. De acuerdo, de acuerdo, te lo diré –refunfuñó, pues ahí se acababa toda su diversión-. Me llamo Auriana –y rodó los ojos; ese era un nombre que no habría adivinado ni en mil años. Y lo entregaba así, sin más. Se zafó de su agarre un poco desganada y se dirigió de nuevo a su “antigua” ducha; sentía que su cuerpo había sudado un poco con toda aquella excitación y no creía, habiendo ido allí a por un baño, fuera buena idea salir en esas condiciones.

Se mantuvo inmóvil, simplemente dejando que el agua caliente cayera sobre todo su cuerpo, de nuevo logrando que su piel adquiriera una tonalidad rosácea. Escuchó las palabras de la mujer, Xena, sin responder a ellas pero sí sonriendo levemente a cada frase. Tampoco se movió cuando ella se despidió con ese beso tan suave suyo, tan sólo se preocupó de disfrutar de aquel contacto tan leve que de momento sería el último entre ellas, aunque suponía que en otra ocasión habría más de esos y de otros. Ni siquiera la observó marcharse.

Se quedó bajo el agua segundos y minutos, hasta que sintió que no estaba tan agradablemente cálida como ella solía preferir. Cerró el grifo, se envolvió en una toalla y tomó sus cosas para luego guardarlas en un bolso. Se puso su ropa interior, su sujetador y luego un pantalón y una remera de mangas cortas que si bien no eran ninguna maravilla de la alta costura, le resultaban cómodas. Luego se calzó sus zapatillas, se puso en pie y salió rumbo a su habitación, con una sonrisa algo renovada. Llevaba tiempo queriendo hacer eso.