Papel inútil {Libre

-¡Qué basura! –se quejó una vez que terminó de leer los papeles que tenía en sus manos. Presa de su enojo los comprimió, convirtiendo aquel trabajo en una bola de papel de tamaño considerable, y la arrojó por ahí. Luego se cruzó de brazos y clavó la vista en el suelo.

Se alegraba de estar sola en aquel jardín, sin nadie para observarla y, más importante, juzgarla. No era conocida por su temperamento –aunque eso no quería decir que no lo tuviera- pero daba igual, no habría querido asustar a ninguna de esas bonitas estudiantes por una tontería así. Era de tonta… ¡Y todo por culpa de su madre! Esa filósofa que había escrito ese ensayo tan brillante. No era basura, no, pero la desesperaba. ¿Porqué ella tenía que tener tanto éxito? ¿Y porqué ella no? Auriana ni siquiera buscaba ser una filósofa; con se una escritora se conformaba. Pero ni eso podía hacer, y casi siempre se sentía como una inútil.

-Maldita… -gruñó a la vez que se llevaba una de sus manos a su sien derecha. Perfecto, ahora su odiosa madre había conseguido que le diera dolor de cabeza... Gruñó. Aquí su madre no tenía culpa de nada; la única "maldita" y para rematar, también tonta, era ella. Y además me veo ridícula, pensó.

Auriana siguió pensando en su estupidez innata y en cómo lidiar con ella a la vez que continuaba masajeándose las sienes hasta que una voz la sacó de sus cavilaciones. Sonrió mecánicamente aún antes de alzar sus ojos grisáceos para observar a la dueña de aquella voz más bien suave, pero a la vez profunda. Sin embargo, la sonrisa dejó progresivamente de ser forzada en cuando la notó. Un rostro nuevo, uno curioso con una piel deslumbrantemente blanca y ojos y cabello de un negro tan oscuro que bien le pareció que podrían absorber todos los colores del mundo. Y un rostro nuevo, se repitió. Recién entonces cayó Auriana en el hecho de que aquella chica no sólo había emitido sonidos, sino que además había pronunciado palabras y merecía una respuesta. Hizo un esfuerzo por recordar.
-¡No, qué va! Estoy de maravilla –respondió por fin con una amplia sonrisa, aunque no sincera. Asintió en cuanto oyó su nombre: Yuzuhira Katahra. ¡Qué bonito nombre, tan oriental! Por unos segundos le inventó un pasado maravilloso en su cabeza, de algo así como una geisha, pero pronto desechó la idea. Oh, y se regocijó internamente en cuanto escuchó la palabra “dama”.
-Qué encanto -sonrió-.Yo soy Auriana Strizzi –dijo ella. Hubiera deseado estrecharle brevemente la mano, al estilo de los americanos, pero no se atrevió teniéndola tan alejada. ¿Por qué ese deseo? Bueno, solo por darse el gusto. Y para relajarse ella; en verdad estaba un poco nerviosa, por conocer a alguien nuevo y por los momentos anteriores.
-Yo también los envidio –volvió a decir tras un rato. Se sentía en cierta forma culpable, como si hubiera oído algo que no estaba dirigido a ella, pero había sido inevitable. Observó a su alrededor, un paisaje tan colorido y tan relajante. A veces hasta inspirador-. ¿Por qué no tomas asiento, Yuzuhira? –le “ofreció” Auriana, a la vez que le tomaba por los hombros y la obligaba literalmente a tomar asiento en el banco. Así está mejor, pensó.
-Eres nueva, ¿verdad? –le preguntó para cerciorarse-. Si te apetece, puedes venir aquí siempre. Por lo general no hay demasiada gente, así que si lo que buscas es distenderte o dar un paseo, este lugar es todo tuyo –y volvió a sonreírle, para luego adoptar una expresión pensativa-. Me pregunto cuál será tu especialidad… -luego miró a la distancia, en concreto a la dirección donde se encontraba la bola de papel maltrecho. Suspiró, antes de marcharse debería recogerlo. A nadie le haría gracia encontrar basura en el precioso jardín.

-¡No puede ser! –dijo impulsivamente una vez que la oyó. ¿La misma especialidad? Luego pensó con más detenimiento y vio que no, que ahí no había nada raro, era perfectamente factible y común-. Bah, qué tonterías digo –dijo riendo levemente y llevándose una de sus manos a la sien, en donde volvía a sentir algo de presión-. Filosofía y Letras también es mi especialidad… No será nada sorprendente que nos volvamos a ver.
Tras decir eso se puso en pie y caminó en dirección a la bola de papel, dándole la espalda por unos segundos a la joven. En ese breve intervalo se permitió dejar de sonreír, pero después de todo no fue gran cosa de tiempo. Retuvo la bola en su mano pues no tenía bolsillos, y volvió a sentarse, ya con su expresión recompuesta.
-No quiero retenerte, si eres nueva tendrás cosas que hacer, supongo –dijo ella suavemente-. Pero si no las tienes, agradecería que te quedaras aquí –luego vaciló. ¿Qué clase de persona decía aquello? ¿Y porqué la necesitaba ahí? Bueno, le caía bien, le gustaba. Quizás no hacía falta más motivos.

Se quedaría. ¡Se quedaría! Esa sería probablemente la mejor noticia de su día, y no pudo evitar que una sonrisa sincera se expandiera en sus labios. Lo más sorprendente fue cuando divisó una pequeña, una media sonrisa en los labios de Yuzuriha: era la primera sonrisa suya que contemplaba con atención, qué curioso.
-Me alegra oír eso… –dijo ella- ¿Estás bien? –preguntó de pronto al ver que Yuzuriha se llevaba una mano a uno de sus ojos. Su primer impulso fue mover sus manos también, pero las detuvo a medio camino y volvió a dejarlas sobre su propio regazo, quietas. Sólo debía de ser una simple basurita o algo por el estilo, no tenía porqué preocuparse.
-De qué… -murmuró-. Quiero saber sobre ti, Yuzuriha. No se… ¿De dónde vienes? ¿Qué cosas te gustan? Vaya… creo que escribir es mucho más sencillo que hablar, por lo menos contigo –murmuró lo último, un poco decepcionada de sí misma. Cualquier información, cualquier palabra le habría resultado de lo más interesante viniendo de ella; después de todo se trataba de una persona de lo más curiosa.
-Perdóname Yuzuriha… Y por cierto, ¿qué tal si dejas de llamarme "Bella dama"? –dijo de pronto, un poco sorprendida de sí misma aunque también divertida. Se le hacía raro-. No creo que quieras que te llame “preciosa geisha" por los corredores.

-¿Alemana? Oh, eso rompe toda la historia que te había inventado en mi cabeza –dijo con decepción fingida. En realidad, todo lo que le había dicho sólo había contribuido a convertirla en un personaje aún más interesante. Sospechó que su vida debía de ser una bastante dura, sin sus padres y al parecer sin su hermana: sólo, básicamente, con sus conocimientos. Ella podía intentar entenderla, pero no con exactitud; después de todo nunca había tenido ni padres ni hermanos. Asintió en cuanto habló sobre las películas; a ella también la divertían las de terror, en especial si las veía en compañía de alguien propenso a los sustos. En realidad era complicado, nunca podía verlas sin pensar en el “detrás de cámara” y eso la decepcionaba.
-Bien, me esforzaré en investigarte –dijo ella, pero en tono de broma. En realidad Auriana tenía cierto talento como acosadora y espía, pero no le venía en gana aplicarlo con ella. Habría sido deshonesto.
-Lamento lo de tu familia –dijo con cierto pesar, aunque estaba segura de que de alguna forma ella lo tendría superado; parecía una mujer fuerte-. Yo soy italiana. Tengo una madre, que es filósofa y que creo que me educó demasiado. Esta bola de papel que ves en mi mano la escribió ella misma, de echo… No tengo ni padre ni hermanos, ni ningún otro tipo de familiar, pero tampoco es que los necesite –y algo de orgullo se traslució en su voz-. Me gustan… me gustan muchas cosas–sentenció-, tantas que no podría contarlas. Me gusta mucho este lugar, y las personas que hay en él –y su rostro enrojeció levemente, aunque intentó restarle importancia-, supongo que eso es como decir que me gustan las chicas que hay en la Academia, pero no pienses eso de mí –rió-. Y me gusta... me gustaría escribir. Es sólo que aun no puedo.

Auriana negó suavemente. De repente se sintió apenada de sí misma, quizás había “desnudado su alma” sin darse cuenta, quizás demasiado. Probablemente a Yuzuriha no le importaban sus problemas, esos que al parecer eran tan pequeñitos al lado de los suyos. Quizás sería mejor no continuar hablando. Quizás por eso era mejor hablar con chicas más pequeñas, en donde justamente no había que poner mucho cuidado en lo que se decía. Rayos, hablar era tan difícil.
-Supongo que debe ser el típico bloqueo –dijo y giró el rostro, observando el tronco de un gran árbol que les estaba regalando su sombra. Era bonito, pero además fuerte. Ojalá ella pudiera… -. Las ideas vienen a mi cabeza todo el tiempo, pero cuando trato de escribirlas... –calló de repente; de nuevo había hablado demasiado y eso no agradaba a nadie.
-Soy tonta. Lo siento, Yuzu –dijo volviendo a mirarla, con una sonrisa forzada-. ¿Qué hay de ti? ¿No escribes?

Así que ella escribía. Auriana se alegró por ella, era algo gratificante de oír. Así que el jardín bien podía inducirla a escribir… a ella nunca se le había ocurrido o, mejor dicho, nunca lo había intentado. Quizás no sería mala idea el sentarse allí en su próxima oportunidad con un cuadernillo y algo para escribir a mano; a lo mejor hasta lo conseguía.
Notó esos ojos oscuros fijos en los suyos y por un momento no supo qué hacer. Normalmente mantendría el contacto visual, era cuestión de principios, pero era complicado hacerlo frente a unos ojos tan oscuros, tan de alguna forma intimidantes. Acabó finalmente por desviar la mirada y emitir una risita nerviosa involuntaria.
-Sería muy agradable –le respondió con una sonrisa renovada, al notar ese entusiasmo suyo repentino-. Preferiría tomar té, pero creo que me gustaría mucho verte tomando café y fumando al puro estilo de las escritoras francesas de los cincuenta. Sería algo muy digno de ver –dijo ella. Quizás le parecería un pensamiento tonto, pero había sido un pensamiento recurrente que le pareció bien verbalizar-. Será interesante.

Sonrió aliviada al ver que aquella ocurrencia le hacía gracia. Al final sí que tenían mucho en común. Se acomodó junto a ella y escuchó con atención y satisfacción sus palabras.
-Por supuesto que me parece. Hasta podríamos prestar tanta atención como podamos a nuestro encuentro y al lugar en general y luego intentar plasmar lo que vimos en el papel, y luego comparar. Sería tan interesante… -fantaseó.
Observó alelada esa blanca y nueva sonrisa, hasta que volvió a notar esos ojos oscuros clavados en los suyos. Volvió a intentar sostenerle la mirada hasta que ella la desviara, pero nuevamente le fue imposible. Soltó una carcajada.
-Eres imposible, esos ojos tuyos casi dan miedo –dijo medio en broma, pues a pesar de que le gustaban mucho también la inquietaban. Llevó una de sus manos a uno de los brazos de Yuzu y apretó allí suavemente, de forma más bien fraternal y dando énfasis a sus palabras-. Por supuesto que vamos a llevarnos bien. Ahora mismo lo estamos haciendo –le dijo, dulcemente, para luego retirar su mano de aquel brazo “amigo”, ahora.

Por un momento se sintió un poco mal; habría jurado que el tacto había desagradado a Yuzuriha. Su sonrisa, tras un momento, la calmó: a lo mejor sólo había sido la sorpresa. De cualquier modo, quizás tendría que ser más concienzuda respecto a qué hacer y qué no hacer con ella: no quería desagradarle. Aunque, si se fijaba en ese rostro de repente sonrojado, era difícil pensar que había hecho algo malo.

-¡Si! Me gustaría mucho –dijo con una gran sonrisa a la vez que se ponía en pie. Sería genial, volvería a verla mañana, y todo por haber estado en el jardín en el momento justo. Luego rió levemente, le causaba gracia verla avergonzada de ese modo, como si la suya hubiera sido una propuesta indecente –. Ahora tengo cosas que hacer y estoy segura de que tú también, pero ya nos veremos mañana. ¡Nos vemos, Yuzu-chan! –dijo ella apartándose y recordando que ese era un sufijo bastante común usado en Japón, puesto que su nombre era de origen japonés. Su próximo encuentro, pensaba, sería genial.